Botsuana es un país del sur de África, un país sin salida al mar y dominado por el impresionante desierto del Kalahari, que cubre un 70% del territorio. En tiempos del colonialismo, en el siglo XIX, fue un protectorado del Imperio Británico, hasta que en 1966 logró su independencia. En ese momento, Botsuana era uno de los 25 países más pobres del mundo.
Y qué tiene que ver Botsuana con Roosik & Co, te estarás preguntando...? Pues francamente muchísimo, porque Botsuana es también uno de los principales productores mundiales de diamantes naturales, la piedra preciosa más apreciada por los gemólogos por sus inigualables brillo y dureza. Esta industria ha sido clave en el progreso socioeconómico de países como Botsuana porque ha permitido financiar la educación y la sanidad públicas -la tasa de alfabetización ya es del 87%- y el acceso a la electricidad y al agua limpia del 90% de los hogares. En 2003 Botsuana se adhirió a la certificación Kimberley, establecida a raíz de una resolución de Naciones Unidas, que garantiza que los diamantes naturales no han sido vendidos para financiar guerras civiles ni son obtenidos mediante abusos en los derechos humanos de las personas implicadas.
Hablamos de
diamantes naturales y es que también existen diamantes sintéticos. El elevado precio de esta piedra incentivó ya desde 1950 la búsqueda de métodos que permitieran sintetizarla en un laboratorio. Como es habitual en procesos similares, la técnica se ha ido perfeccionando y no deja de mejorar año tras año, permitiendo así una progresiva reducción de los costes de producción y del gasto energético que necesita. No deja de ser una buena noticia, porque los diamantes sintéticos permiten democratizar una piedra que tradicionalmente no está al alcance de todos. Además, al igual que la extracción de diamantes naturales ha ido imponiendo técnicas que contribuyen a ir reduciendo los recursos energéticos que necesita, la industria de los diamantes sintéticos también lo está haciendo, en un proceso que tiende igualmente a ganar en responsabilidad hacia la sostenibilidad de los procesos de producción y, en último término, hacia la conservación del planeta.
El diamante sintético, por tanto, ha llegado para quedarse, y con toda probabilidad se irá popularizando progresivamente. Pero esto no quiere decir que nunca llegue a sustituir al diamante natural, un ejemplar que no sintetiza un laboratorio, sino la propia naturaleza, a través de un proceso de millones de años que acaba regalándonos una piedra única. No es que no se pueda realizar joyería con un diamante sintético, pero la grandeza y exclusividad de un diamante natural es insustituible cuando se trata de las creaciones artísticas de la joyería de autor. Al igual que los metales y materiales nobles, el valor de un diamante natural no sólo trasciende y pervive generación tras generación, sino que se incrementa y gana en valor económico en una proporción equivalente a lo que gana en belleza.
Por eso en Roosik & Co seguimos trabajando con diamantes naturales. Y también porque nuestro compromiso no es sólo con la sostenibilidad medioambiental, sino con la sostenibilidad y dignificación social en países como Botsuana, que por muy lejos que estén, forman parte de nuestra propia comunidad humana.
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